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Llamamos Patagonia a la vasta región que extendida en forma de punta triangular entre los dos grandes Océanos, cubre el extremo del Continente Sudamericano, partiendo del límite natural que es el Río Colorado.. Hablar del origen de su denominación es entrar en el terreno de la fantasía. La etimología de Patagonia no debe buscarse en su geografía natural sino en la histórica. Con tal nombre, en efecto, se designa al país habitado por unos aborígenes que Magallanes, en su expedición descubridora de 1520 habría bautizado de Patagones.
¿Cuál es el verdadero significado de Patagón? Generalmente se considera que tal denominación la lograron por el tamaño de sus pies, que parecían enormes debido a las abarcas u hojotas de cuero de guanaco que los cubrían, dejando en su trajinar en la arena o en la nieve unas huellas desmedidas. Pero la palabra Patagón no es aumentativo de "pata". En castellano la "pata" puede dar lugar, si es excesiva, al apelativo de patón o patudo; pero nunca a patagón. Retrocediendo en el tiempo para suerte y gloria de Magallanes se había embarcado en la Trinidad, nave capitana, en calidad de supernumerario, un joven italiano natural de Vicenza, que se enroló como Antonio Lombardo por ser de Lombardía, que se apellidaba Pigafetta. Al correr de los azarosos tres años que duró aquel viaje (del cual fue uno de los escasos sobrevivientes) Pigafetta llevó cuenta minuciosa de todo lo que contemplaban sus ojos deslumbrados, y en base a estos apuntes redactó años después en una mezcla de italiano y veneciano con alguna salpicadura de español, un relato titulado "NAVEGACIÓN Y DESCUBRIMIENTO DE LA INDIA SUPERIOR", cuya primera copia manuscrita donó a Felipe de Villers de I’Isle Adam, gran maestre de Rodas su superior entonces, pues Pigafetta abría de alcanzar el grado de caballero de aquella orden.
Cuando la escuadrilla yace fondeada en el Puerto de San Julián, en disposición de invernar, Pigafetta relata lo que sigue: …"nos demoramos allí dos meses enteros sin ver jamás habitante alguno; un día cuando menos lo esperábamos vimos un gigante que estaba al borde del mar casi desnudo y bailaba, saltaba y cantaba, y al mismo tiempo se echaba arena y polvo sobre la cabeza …". Más adelante, y como los naturales empezaran a llegar, Pigafetta se extiende sobre la figura de éstos, su vestimenta, mujeres y ceremonias, los usos y costumbres, para terminar señalando: nuestro capitán (Magallanes) llamó a esta gente Patagoni. Así dice la versión manuscrita en italiano, de la cual pocos años después aparecieron copias manuscritas vertidas al francés, y en ellas figura el vocablo Patagons.
Respecto al origen del nombre las opiniones están muy divididas. Algún historiador asegura que el nombre de Patagón no fue dado a los aborígenes por sus grandes pies (lo que parece ser la tesis más difundida) sino a causa de la apariencia deforma que le daba esa especie de grosera polaina de piel de guanaco mal ajustada, semejante a los mocasines de los pieles rojas; para concluir que la palabra Patagón derivaría de "pata de cao" (pata de perro). Otros se inclinan a ver en Patagón a "pata de oso", a causa de esa ojota que le cubría el pie dándole un aspecto de ser redondo. Otros en cambio (más verosímilmente) se inclinan al termino originario de "pata gao", que en portugués significa pie grande. También han pretendido encontrar la etimología de la palabra en la deformación fonética de términos quechuas, y hasta pretender que se bautizó con ese nombre a los naturales del sur avistado en San Julián, porque los navegantes tomaron el nombre de Pathagon (monstruo con cabeza de perro) de una novela de caballería española. Pero estas afirmaciones no son fáciles de asimilar porque Hernando de Magallanes no era, que sepamos, afecto a los libros de caballería y sus monstruos de cabeza de perro; ni conocía la civilización y el idioma quechua, como tampoco el pampa. Su bautismo de los aborígenes debe haberse originado en cualquiera de éstos dos adjetivos calificativos que cruzaron su mente: patán o patón, como que ambos apelativos les calzaba bien, términos que en portugués el idioma nativo del descubridor, se pronuncia patao y pata-goa que con sus plurales de pataoes o patagoes, respectivamente. Pigafetta y los primeros cronistas que le siguieron serían los causantes de la deformación o variación fonética de cualquiera de dichos términos en Patagones, el que pronto se generalizó ganando adeptos para introducirse definitivamente en el léxico argentino y en la historia.
– José Antonio Farias –
Fuente: Guía del Chaco
El Museo Nacional de Historia de Estados Unidos ha revelado el hallazgo de un mensaje oculto en un reloj de oro que perteneció a Abraham Lincoln.Un relojero inscribió en el aparato frases relativas a la Guerra Civil norteamericana sin que el difunto mandatario lo supiese.Las incripiciones rezan "los rebeldes atacaron el fortín Sumpter" y "gracias a Dios que tenemos un Gobierno". Los investigadores sostienen que fue el relojeron Jonathan Dillon quien las escribió el 13 de abril de 1861, un día después de que las tropas de la Confederación atacasen el fortín de Charlesrton, en Carolina del Sur.El propio Dillon confesó 45 años después que escondió sus declaraciones después de escuchar los primeros disparos mientras reparaba el reloj del ex presidente, como confesó al diario ‘The New York Times’."Lincoln nunca conoció el mensaje que llevaba en su bolsillo", afirmó el director del Museo Nacional de Historia Americana, Brent Glass en un comunicado. "Es una parte personal de la historia acerca de un relojero corriente que quiso grabar algo para la posteridad", agregó.El museo no abrió el reloj para comprobar si estaba el mensaje oculto hasta que no logró contactar con el tataranieto del relojeron, Doug Stiles, que actualmente vive en Waukegan, Illinois.
Cuando Tenga Tiempo me Suicido
Encontré al señor Dumbar en el puente que cruza el río que divide la ciudad del afuera. Hacia casi diez años que no lo veía; desde aquella noche en que dijo firmemente que su idea era suicidarse. Recuerdo que aquella vez había varias personas, pero que fue a mí al único que le llamó la atención aquella declaración. El resto de los que estaban en la reunión conocían a Dumbar un poco mejor que yo, y por lo que dijeron, luego de que el se retirara, el hombre solía expresar muy seguido su afinidad para con esa determinación, y que por eso ya nadie le prestaba mayor atención. Además, según me comentaron, nunca le daba tono de tragedia a su declaración.
-Dumbar ¿Se acuerda de mí?
El hombre delgado, de mirada melancólica y transparente, se quedó callado y recorrió mi figura con la vista.
– Nos conocimos en una cena en la casa de Octavio Fresán, la noche que…
– Ah, sí. ¿Cómo anda esa gente?
– No sé señor. Hace tiempo que no los veo.
– Eso fue hace como diez años- dijo Dumbar, y volvió a clavar su mirada en el río oscuro.
– Sí. Más o menos diez años.
– Qué cosa – exclamó – y cómo se acuerda usted de mí después de tanto tiempo.
– Bueno, aquella noche usted había hablado de suicidio y a mí me llamó la atención que…
Dumbar interrumpió el diálogo con una risa apenas sonora – Claro, usted creerá que yo me despido así en las reuniones para que los presentes no me olviden.
Yo sonreí – No, pero de ser así le ha dado resultado. Yo recuerdo el momento en que usted se puso de pie y con toda la seriedad del caso dijo que se retiraba porque se iba a matar.
– Sí. Y ahora estará pensando: este viejo es un cretino mentiroso.
– No. Por supuesto que no. Usted tendría sus razones. Me alegra ver que ha cambiado de parecer.
Dumbar volvió a mirarme y respondió algo turbado -¿Quién le dijo eso?- Luego giro el cuerpo para quedar de espaldas al río y frente a mí.
– Bueno, han pasado diez años.
– Usted se cree que es tan fácil. Que uno dice voy a terminar con esto y termina así como así. Yo nací con ese sentimiento, de pequeño fui a parar al hospital tres veces por saltar desde la cuna al piso. Mi madre, muy religiosa, trato en vano de inculcarme la convicción de que ese tipo de determinación está en manos de Dios. Con el paso del tiempo la vida se fue complicando y, como le decía, las cosas no son tan simples.
– Entiendo.
– Mis padres necesitaban que yo trabaje y así lo hice. Cuando ellos murieron en el accidente del Bahía Dolores, yo pude elegir. Trabé todas las puertas y abrí la llave de gas. Vacíe un frasco de pastillas en mi estómago y acabe con la botella de un whisky que estaba listo para ser abierto sólo para aquella ceremonia.
Dumbar notaba que yo seguía atentamente su relato a medida que el sol se ocultaba en su espalda y desaparecía en el río.
– Algo salió mal. Se escucho un estallido; debió ser mi maldita costumbre de fumar antes de irme a dormir. Estuve inconsciente por más de seis meses. Cuando abrí los ojos la vi a ella, casi una aparición bíblica. Una mujer morena, con sonrisa placida y unas manos suaves; muy suaves, como su modo de hablar.
Dumbar se quedó en silencio un instante, encendió un cigarrillo y continuó el relato.
– Era una enfermera, y dicen que me cuidó como nadie lo hubiera hecho durante tanto tiempo. Lo cierto es que me casé con ella y que con ella tuve un hijo. Conseguí un nuevo trabajo y vivimos más de cinco años en una pequeña casa que ella hacía parecer grandiosa. Un día se cansó de cuidarme y se fue lejos llevándose al hijo.
Yo no me atreví a comentar todo aquello más que con una mueca o el arqueo de mis cejas.
– Cuando estuve listo nuevamente, fui elegido representante de mis compañeros en el gremio. No pude dejarlos solos. Buscaba que me echen exigiendo lo imposible y eso fue peor. La patronal me decía a todo que sí y los muchachos se creían que yo era un héroe en vez de un simple suicida buscando que lo retiren del juego. Al final me pudieron desplazar, pero ya habían pasado cinco años más. De aquel tiempo fue la reunión en donde nos conocimos.
Sonreí como lo haría un espectador viéndose entrar en la película.
– Aquella noche llegué a mi casa y decidí hacer una nota. Un escrito ¿Entiende? Un suicidio sin dejar una nota no sirve. Bueno, no importa, la cuestión es que advertí que no había nadie en mi vida como para que leyera esas líneas. Así que escribí y se la lleve a un amigo que hacía mucho no veía. Él la leyó y me pidió que le diera unos días. Yo no estaba tan apurado, así que escuche el pedido.
Dumbar consumió el resto de tabaco que le quedaba y la brasa cayó al agua para apagarse en la oscuridad de la noche.
– Tres días después, este amigo, llego a mi casa para comentarme que mi especie de testamento inmaterial había sido leído por un editor que estaba muy interesado en que yo amplíe mis notas para ser compiladas en un libro.
Dumbar me miró con desgano y dio un repentino giro para quedar nuevamente de cara al río que ya no se distinguía del resto del paisaje nocturno.
– Y aquí estoy.
– ¿Hoy es el día?- le pregunté con cierto temor.
– ¿Hoy? Hoy no, imposible. Mañana tengo una reunión en una librería… El contrato… No sé, quizás después de terminar mi último libro…
– Bueno, me alegra. Digo, usted está bien ¿no?
– Estoy resignado. Sabe qué, ya estoy viejo. Quizás todos seamos suicidas resignados a que nos sorprenda la muerte.
Dumbar me dio la mano y se retiró con paso tranquilo bordeando el fluido constante de las luces que cruzaban el puente.
Quizás todo suicida justifique su acción en el miedo que causa la posibilidad de que la muerte lo sorprenda a uno. Puede que sea la única elección de vida que les quede a quienes en la vida no pudieron elegir nunca. Tal vez todo radique en la falsa fantasía de que la vida viaja por la ruta de las grandes decisiones y no por el camino angosto y polvoriento de las pequeñas elecciones.
Por unos minutos, así me quedé: mirando el río que ya no se veía, en el lugar preciso donde el señor Dumbar, hacía un instante, había estado, quizás, pensando cosas parecidas.
– José M. Pascual –
AMA Y DÉJATE AMAR
Por siempre…
RICHARD
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